viernes, 18 de noviembre de 2011

13.La luna sobre Antakya

Tienda de especias en el bazar de Antakya, Hatay


Tras coger el bus de Tarsus a Adana, me bajé en la otogar pocos minutos antes de las 4 PM. Corrí hacia el primer mostrador que luciera el nombre de Antakya. Tuve suerte, me dieron el último asiento disponible según pude entender, el 44K...Camino a la antigua Antioquía de Orontes, ubicada en la meridional provincia de Hatay, pude ver un precioso atardecer a través de la ventana mientras en la pantalla de mi asiento en la que yo mismo había seleccionado la película, se desarrollaba, en dibujos animados que nada tenían que envidiarle a los de Disney, la vida del profeta Mahoma. No obstante, como era de esperarse por tratarse del profeta, el protagonista de esta historia no apareció ninguna vez en la pantalla, debido a la prohibición que existe en el islam de representar de forma alguna sus rasgos físicos. 

Dejamos atrás la ciudad de Iskenderun. La compañía que me llevo hasta Hatay disponía de "serviz" que es, como su nombre quizás dejé suponer, un "servicio" que ofrecen ciertas compañías de autobuses en Turquía que consiste en llevar a sus pasajeros en un pequeño autobús gratuito hasta una otogar situada cerca del centro de la ciudad, haciendo distintas paradas, en el caso de que la otogar a la cual se haya llegado en primera instancia, se encuentre relativamente lejos de dicho centro. (Se ve que en Turquía en años recientes, se han construído nuevas otogars en los alrededores de algunas ciudades, obviamente con la intención de descongestionar el centro de las mismas. Las viejas otogars sin embargo siguen siendo utilizadas por autobuses más pequeños.)


Fue así como tras atravesar una parte de la ciudad invadida por la niebla, el minibus en el que iba emergió en la triste, solitaria y vieja otogar del centro de Antakya. Desde allí, guiado quizás por el mismo instinto que poseen algunas criaturas nocturnas, me dirigí hacia donde vi luces de neón, allá adonde la ciudad parecía vibrar con una energía que se volvía más tangible a medida que me acercaba a los destellos de colores que pronto descubrí se aglutinaban en ambas riberas de un río que fluía discretamente bajo puentes que cruzaba gente joven y sonriente...


Durum,  el "hummus" más cremoso que he probado hasta ahora, 
pan turco y una jarra de ayran


Aunque en un principio busqué quedarme en la hospedería de una iglesia católica, que encontré en el centro de un imposible y antiguo laberinto, el mismo instinto que me había llevado hacia el corazón de la ciudad me hizo buscar un lugar donde pudiera sentir sus latidos, donde pudiera impregnarme de los olores, los sabores y al menos algo del bullicio de aquella seductora Antakya, que con su juvenil alegría me invitaba a descubrirla.


Caminé por la ciudad de noche. Vi a sus gentes, me paseé frente a sus locales de comida, frente a sus animados vendedores de salep, ataviados con vestimentas de la época del imperio otomano, frente a librerías y papelerías de estas que aunque estén cerradas, lucen tan primorosamente decoradas que da gusto divagar frente a ellas tratando de traducir los títulos de novelas en turco que exhiben sus vitrinas rebosantes de colores, de letras y de atlas, diccionarios, cuadernos y demás útiles escolares que pasarán a engrosar las listas de todos los objetos que en silencio y con modestia, nos sirvieron para hacer las cosas mejor, nos llevaron un paso más allá en nuestros aprendizajes y quizás, solamente quizás contribuyeron a darle alas a nuestros deseos de cruzar fronteras, de caminar por las calles de ciudades lejanas en noches como aquella, en que por encima de todos nuestros anhelos reinaba la luna sobre Antakya.

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